El solo hecho de pronunciar el nombre de este insecto ya suele provocar en quien lo escucha cierto escalofrío recorriéndole la espalda acompañado de una mueca en la boca en inconfundible gesto de repugnancia. Y si la innombrable ya es visible, corresponde una huida inmediata del lugar mientras en el aire se propaga un interminable eco: “¡mátala, mátala, mátala…!”
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